DOS VISIONES DE LA VIDA EN LA ROMA ANTIGUA (2 libros en PDF)

A la estirpe de los inspirados historiadores de la vida cotidiana —entre otros, el italiano Carlo Guinzburg, la inglesa Eileen Power y los franceses Philippe Ariès, Georges Duby y Pierre Grimal — se suma a su modo Germán Moldes con su Roma, un día hace 2000 años. Todos ellos han sabido jerarquizar algo esencial. Ya no los hechos decisivos de orden político, económico, militar o ideológico que trazaron el rumbo de tantas naciones, sino la cercanía, el parentesco diría, entre las vidas de los hombres y mujeres de ayer y las de hoy, más allá de sus obvias diferencias.

La historia que a todos ellos les ha importado resaltar es la historia en apariencia menuda, la orientada a explorar un territorio hasta no hace mucho desdeñado por la investigación histórica.
Ella posibilita, por lo demás, dar cumplimiento a una de las fantasías más intensas de nuestra especie: habitar otros tiempos sin abandonar el nuestro y sin dejar de ser quienes somos.
Germán Moldes se propuso reconstruir, para nuestro deleite, un escenario urbano —el de una Roma dos veces milenaria— en lo que tiene de más cotidiano. Y hay que decir que supo lograrlo.
Haremos, dice, «un paseíto que nos lleve por los foros y los templos de aquella Roma fastuosa e imponente pero también por los suburbios y parajes más hediondos y miserables: los que no aparecen en los libros de la historia grande ni en las películas de los romanos que vemos por Netflix».
Ese «paseíto» se despliega con abundancia de detalles y abarca dieciocho capítulos. Como un caleidoscopio, va rehaciendo el paisaje que oferta y situándonos en escenarios cambiantes que se hilvanan unos con otros y configurando en conjunto el retrato cautivante de una remota cotidianeidad que, sin embargo, resulta cercana en muchos aspectos: la de los romanos «de a pie» que vivieron veinte siglos atrás.
Calles, casas y mercados, hipódromos y anfiteatros, deportistas célebres, peluqueros afamados y gladiadores, prácticas sexuales, hábitos de higiene, ropa, bondades, crueldades, túnicas femeninas y joyas: todo esto va irrumpiendo ante nosotros en el relato entusiasta de Germán Moldes.

Si bien la tarea del autor es primordialmente descriptiva —y en ello reside, en buena medida, el hechizo de estas páginas—, su voz hilvana con acentos y acotaciones muy personales el tránsito de un cuadro a otro. Es que Germán Moldes obra también como un hábil comentarista.
Puesto que del antiguo mundo romano se trata, son igualmente oportunas sus transcripciones del latín. Cada uno de los términos o locuciones por él traducidos infunden un colorido especial a sus equivalentes castellanos y revelan etimologías cautivantes. Así es como nos enteramos con qué palabras se designaban en la época un recipiente para orinar, los diferentes tipos de calzados, un corpiño y una lanza y cómo se llamaba a los esclavos.
El tono coloquial que Moldes supo imprimir a su libro está, como yo decía, entre sus más gratos atributos. Un hombre nos habla en él y la cálida hospitalidad con que lo hace se hace oír, nos envuelve, nos abre un mundo. ¡Muchísimo saber pero ni un solo indicio de ostentación erudita! Germán Moldes narra en suma con indeclinable amenidad y transforma la información histórica de la que tanto dispone en escenas y figuras discernibles, por momentos audibles y palpables.

Es indudable que el entusiasmo del autor por aquello que nos cuenta nos contagia línea a línea. Y si bien es cierto que se trata de alguien que ya sabe de qué habla aún antes de escribir, no menos lo es que redescubre con emoción, a medida que lo narra, todo lo que sabe y nos dice. Y lo transmite. Y nos entusiasma. Es así como, en su compañía, resulta posible recorrer una infinidad de matices de ese día en la Roma de hace dos mil años ¿Quién no deseó hacerlo alguna vez? ¿Quién no anheló dar un paso atrás en el tiempo y aparecer allí donde la vida hoy nos resulta remota, inalcanzable y solo conjetural por obra de los muchos siglos que ya la sepultaron? ¿Quién, entrecerrando sus ojos ávido de ensueño, no ha querido alguna vez caminar entre los hombres y mujeres de ese entonces, escuchar sus voces, observarlos gesticular, estremecerse sabiéndolos tan presentes en ese instante imaginario, efímero y prodigioso a la vez en que nos encontramos con ellos por única vez?
Germán Moldes no nos habla, ante todo ni principalmente, de la Roma monumental, majestuosa y arrasadora que conquistó el mundo antiguo. Nos habla de esta otra Roma, carnal, prosaica si se quiere, rutinaria y fascinante a la vez. Esa Roma donde la Historia con mayúscula se repliega para hacerle lugar a la petite histoire, a la historia de los gestos mínimos, usuales, a la familiaridad y al pensamiento convencional; la Roma de los problemas diarios, de las voces y los gritos que llenaban las plazas, de los pasos presurosos por las calles estrechas, del galope de un caballo y el estruendo de un carro al pasar. La Roma, en suma, de los íntimos sonidos de una casa y el resplandor de una fuente en un jardín.
Para terminar y dejar al lector en las manos mágicas de este libro, cometeré la osadía de profanar un verso memorable de Quevedo y decir de la antigua Roma y con gratitud hacia Germán Moldes: ¡polvo eres pero polvo que enamora!

ROMA UN DIA HACE 2.000 AÑOS

Principios de septiembre del año 137 d. C. El imperio de Roma está a punto de alcanzar sus más altas cotas de poder. Las águilas imperiales han llegado a Mesopotamia y a Dacia (y han regresado de nuevo, en el caso de Mesopotamia). Desde el Támesis hasta el Tigris, Roma es inmensamente poderosa, temida y respetada.
A la mayor parte de las personas que vamos a conocer a través de las páginas de este libro realmente no les importa nada de eso. Para ellas, la vida no tiene nada que ver con celebrar la gloria del imperio, sino más bien con pagar el arrendamiento, lidiar con parientes difíciles y afrontar los retos diarios que surgen en la casa y en el trabajo. Puede que Roma sea la mayor ciudad del mundo, pero quienes viven en ella tienen que saber manejarse entre el intenso ir y venir de vehículos y personas, relacionarse con los vecinos y encontrar en los mercados comida de calidad y a un precio razonable.

Este libro nos lleva a pasar todo un día en la vida de la Roma de Adriano, con diferentes visiones de la ciudad, ofrecidas por 24 de sus habitantes.
Emprenderemos nuestro periplo en la hora sexta de la noche, ya que, de un modo que no deja de parecernos confuso, para los romanos el día de 24 horas comenzaba a medianoche, si bien empezaban a contar las horas nocturnas con la puesta de sol del día que acababa de terminar. Este es solo un ejemplo que demuestra la diferente visión del mundo que, en muchos sentidos, tenían los romanos de la antigüedad en comparación con nuestra visión actual.
Desde el punto de vista del lector moderno, podría decirse que muchas de las personas que aquí se describen tienen una vida corta y miserable, en una sociedad profundamente injusta y desigual. La muerte por infecciones y por todo tipo de enfermedades es omnipresente. El cuidado de la salud y la vigilancia para la seguridad ciudadana son muy rudimentarios, al mismo tiempo que la mayor parte de los servicios sociales son inexistentes. Y, sin embargo, no es así como los habitantes de Roma perciben las cosas. Para ellos, la injusticia y la enfermedad son peligros universales, que deben afrontarse y aceptarse. Con todas sus imperfecciones y todos sus inconvenientes, Roma sigue siendo uno de los sitios donde mejor se vive, más que en cualquier otro lugar del mundo. Roma tiene los mismos inconvenientes que otros lugares, pero sus ventajas son incomparables.

No es que los habitantes de esta ciudad dediquen mucho tiempo a pasear por sus calles y plazas, a contemplar embobados sus monumentos y sus grandiosas construcciones civiles. Tienen que ocuparse de vivir sus vidas y es precisamente a esas vidas a las que daremos un breve repaso en este día de finales de verano.
Conviene puntualizar, no obstante, que nuestro objetivo no es tanto lo que podamos descubrir sobre las vidas de las personas particulares que habitan la ciudad, sino lo que esas personas puedan decirnos de la propia Roma. Porque tanto griegos como romanos creen que, aunque se eliminaran murallas, edificios y calles, seguiría existiendo una ciudad.
Porque las personas son la ciudad: los edificios y monumentos que turistas de generaciones posteriores admirarán atónitos son secundarios; solo son importantes en la medida en que pueden considerarse el eco físico de quienes los erigieron y vivieron entre ellos. Esta es la razón por la que en el libro aparecen pocos monumentos. Las construcciones que en él se citan no son un conjunto de ruinas estériles, sino parte integrante de un entorno vivo, multiestratificado y siempre desafiante.
Así pues, los 24 hombres y mujeres que conoceremos hoy no son solo los habitantes de Roma; ellos, como otros cientos de miles de personas, son la propia Roma. Este libro no pretende reconstruir las horas de un día en la vida de dos docenas de romanos, sino más bien recrear un fragmento de la vida de la propia ciudad, reflejada en 24 facetas, entre las miles de facetas que existen de Roma.

Aunque las personas retratadas en esta recreación son, en su mayor parte, personajes ficticios, sus vidas no lo son. Desde el punto de vista del historiador moderno de épocas antiguas, el análisis de la antigüedad no se asocia tanto a «grandes hombres» como a la infraestructura social en la que se apoyaban esos hombres y que propició sus actos. En consecuencia, arqueólogos, sociólogos, epigrafistas y especialistas en otras numerosas disciplinas han contribuido a la creación de un cuadro general de cómo vivía y trabajaba el común de las gentes en la antigua Roma. Este libro ha bebido de todas esas fuentes y, también, de la que puede considerarse tal vez la más valiosa de todas las fuentes, es decir, el conjunto de anécdotas, bromas, expresiones y cartas de las personas que allí vivieron.
Quienes estén familiarizados con la cultura clásica observarán que en el libro aparecen aquí y allá textos de un gran número de romanos contemporáneos o casi contemporáneos —por fortuna los derechos de autor de todas estas referencias caducaron hace siglos—, desde cartas del erudito Plinio hasta lascivos grafitis recuperados de muros de burdeles. En la medida de lo posible la gente de Roma habla de sus experiencias en primera persona, aunque, en el caso de aquellos que no tenían voz en su sociedad, el libro intenta hablar por ellos. A menudo se citan ejemplos de fuentes originales en forma de pasajes o fragmentos que acompañan al texto general y, en muchos casos, las experiencias de varias personas aparecen entretejidas para recrear esa hora concreta en la vida de una sola persona.

La totalidad de estas 24 horas es más que la suma de sus componentes. En última instancia, esta obra tiene una sola protagonista, que no es otra que la ciudad de Roma, un hormiguero desbordante, lleno de vicios y difícilmente gobernable. Sus defectos, a veces horrendos, son muchos y, sin embargo, es una ciudad que rebosa energía y optimismo. Hay en ella una suerte de espíritu emprendedor y una inquebrantable fe en que, con independencia de lo bien o mal que vayan las cosas, siempre pueden hacerse mejor.
En Roma, el esclavo se esfuerza por ser libre, el hombre libre por prosperar y el rico mercader por ser aceptado en el seno de la más alta sociedad. Aunque, con frecuencia, se quejan amargamente de su destino, los romanos rara vez se resignan. Son dinámicos, no se dejan vencer por la depresión. Están convencidos de su propia superioridad y viven imbuidos del sentimiento de que, ahora que están en el centro del universo, deben dar lo mejor de sí mismos y luchar con uñas y dientes por una vida mejor, para ellos y para sus hijos. La Roma antigua era más que un conjunto de edificaciones. Era incluso más que una sociedad de comunidades entrelazadas de gentes e individuos muy diferentes. Por encima de todo, la antigua Roma era una actitud
 

24 horas en la antigua Roma



Categorías:BIBLIOTECA VIRTUAL AMETZAGAÑA

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