Está claro que Patria, la novela de Fernando Aramburu, tocó la fibra sensible de mucha gente. Alguna vez me han preguntado qué me pareció. Lo dije en su momento y lo repito ahora. Es un libro magnífico, una novela de ficción basada en hechos que pudieron ser reales porque lo que se cuenta en sus páginas le sucedió a miles de personas que se vieron acosadas por el terror de ETA y su entorno. Patria no es un libro de historia. Cuenta la historia de dos familias, no la historia de ETA ni mucho menos la del País Vasco de las últimas décadas. Añado, además: cuenta la historia de dos familias en una pequeña localidad donde todos se conocen. Su acción no transcurre en ninguna de las tres capitales vascas donde la vida era muy diferente, sino en un pequeño microcosmos plagado de implicaciones familiares, de rumores, envidias e insidias. Y sobre todo, marcado por el miedo a una organización terrorista que actúa como un ejército en la sombra, una estructura que se nutre de las informaciones que le proporcionan sus reservistas, sus colaboradores, sus propios chivatos. Hombres y mujeres conocidos e incluso familiares y amigos (¿?) de las víctimas a las que persigue, extorsiona y extermina. En este sentido Patria no pretende explicar lo que fue el terrorismo en el País Vasco, sino cómo afectó a dos familias en un pueblo.
Desde su publicación Patria levantó ampollas, ampollas que no han dejado de brotar, de doler y reventarse supurando ese líquido infecto, pero liberador, necesario para que una herida comience a curarse. En su momento ya surgieron voces que tacharon a Aramburu de ser parcial, reduccionista y de observar la realidad vasca desde uno de los dos bandos en conflicto. La mayor parte de ellas procedían del nacionalismo, y no solo del que justificó a ETA. Otras, de una izquierda equidistante que buscó en un tercer espacio la cuadratura del círculo para no mancharse nunca, para permanecer en el burladero adecuado, pero siempre más cercano a los perpetradores que a las víctimas. Alguna vez he comentado y escrito que nunca hubo dos bandos, pero eso poco importa a quienes siguen hablando del «conflicto político». Como digo, nunca los hubo. Solo ETA contó con un proyecto político detrás, con un sólido soporte social que legitimó sus acciones a lo largo de más de cinco décadas de historia. Frente a esa realidad no existió nada igual. Nunca hubo decenas de miles de personas en las calles de Bilbao o San Sebastián gritando «Vivan los GAL» ni pidiendo que matase. No lo hubo, ni tampoco una fuerza política que tratase de imponer su proyecto con el apoyo de una organización terrorista. Nunca hubo un grupo terrorista, salvo ETA, que pidiera el voto en cada nueva elección para una formación política. Como ocurre con cualquier novela, a uno puede gustarle o no el libro de Arámburu, criticarlo por su falta de ritmo narrativo, por la inconsistencia de sus personajes, por la falta de interés que despierta o simplemente porque está mal escrito. En mi opinión, no es el caso. Quienes se incomodan tras la lectura de Patria (en el caso de haberla leído), lo hacen por otros motivos. No nos engañemos. Sacuden al autor porque muestra una visión sobre la realidad de un pasado tan incómodo como real. Por eso no me sorprendieron las recientes acusaciones de plagio sobre la novela. Cualquiera que conozca los principios fundamentales que rigen en la creación de una obra literaria o de una investigación histórica (y ya digo, no es el caso, porque en un trabajo de estos se cita la fuente a pie de página) sabe identificar perfectamente entre un plagio y una acusación falsa sobre algo que no lo es. Hoy Fernando Aramburu contesta a esas acusaciones en El País y comparto por aquí su respuesta, que me parece muy razonada.
«Empezaré por la conclusión: no hay en mi novela Patria una sola frase que no sea mía. Las únicas excepciones son alguna letra conocida de canción, consignas coreadas en manifestaciones, pintadas en las paredes, alguna inscripción. Y en todos los casos figuran como tales y no como invenciones del autor.
En realidad, con lo dicho en el párrafo anterior debería dar por terminada cualquier explicación tocante a posibles copias o plagios; pero existen personas, a las que estimo, sobre las que se está intentando verter una sombra de duda acerca de mi honestidad.
Debe tenerse en cuenta que Patria, por razones que historiadores y sociólogos acaso alcancen a explicar, opera en muchas conciencias de nuestro tiempo, no solo de España, como verdad. No digo como la verdad o como la única verdad. Lo que afirmo es que un sinnúmero de lectores, olvidando que tienen en las manos una obra de ficción, le conceden rango de cosa ocurrida, de testimonio cierto, a la novela. “Así fue”, dijo en su día el difunto Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro del Interior en su momento.
Sorprendentemente dan síntomas de la misma lectura personas que aborrecen el relato por razones principalmente políticas y no cejan en su empeño de desvirtuarlo. Primero le buscaron incoherencias, gazapos, defectos de verosimilitud; ahora lo atacan por el lado precisamente de la verdad histórica: Patria contiene verdad, reconocen, pero el autor la ha copiado.
Patria es un libro con enemigos. Yo podría contar (cada cosa a su debido tiempo) ataques contra la novela que no han trascendido a la opinión pública.
El último, oportunamente tramado días antes del estreno de la serie de televisión, ha sido a las claras y se ha llevado a cabo desde eldiario.es. En líneas generales, se consignan similitudes entre las acciones del etarra Rekarte y las de mi personaje Joxe Mari, quien, como el anterior, también ingresa en ETA. Que, además, el malévolo periodista estableciera una comparativa entre los textos del libro del primero, escrito con prosa más o menos apañada por el periodista Mikel Urretavizcaya (cuyo nombre no figura en la cubierta), y mi novela ha dado lugar a no pocas mofas en redes sociales. La imputación insinúa el plagio. Como prueba de ello, el propio Urretavizcaya cuenta, con poco sentido del ridículo, que una vez se encontró conmigo en San Sebastián y me bloqueé. ¿Yo me bloqueé? Ahora me entero de que poseo la cualidad de bloquearme. Y en todo caso, si así hubiera sido, qué demuestra esto en relación con la tesis que él desliza en su artículo? Parece ignorar que su libro no es la única fuente de información relativa al etarra Rekarte. Jordi Évole le hizo una minuciosa entrevista que obtuvo en su día amplia difusión.
Toda novela basada total o parcialmente en hechos reales traza un recorrido paralelo a una realidad previa, a la que el novelista interroga de continuo
Tras la publicación de Patria he concedido entrevistas a diestro y siniestro. He hablado en foros donde con frecuencia se apretaban cientos de oyentes, en radios y cadenas de televisión de España y del extranjero, explicando con paladina claridad cómo me documenté para mi novela. Y, por si todo ello fuera poco, a petición de la editorial [Tusquets] escribí y publiqué un texto explicativo titulado Patria en el taller, difundido asimismo en la revista Gran Place y ampliamente citado por estudiosos de mi literatura. Con toda clase de detalles describí durante mis intervenciones públicas mis fuentes informativas, pero también la manera como incorporé los datos a la narración ficcional. Por supuesto que mencioné el libro de Rekarte, que calculando a ojo de buen cubero, habrá sido uno de los cincuenta, sesenta o más títulos que leí con el propósito de espigar datos reales que sirvieran para asentar la verosimilitud de mi relato, cosa propia de la literatura realista y de las novelas con trasfondo histórico.
Pero ya que he explicado esto cientos de veces, poco me cuesta hacerlo una vez más.
Toda novela basada total o parcialmente en hechos reales traza un recorrido paralelo a una realidad previa, a la que el novelista interroga de continuo. El conocimiento de dicha realidad puede estar en la memoria del propio escritor; pero esto entraña riesgos de error o de desmemoria, y no sirve para una narración de tipo coral. Pondré un ejemplo extraído de mi novela.
Patria es un libro con enemigos. Yo podría contar (cada cosa a su debido tiempo) ataques contra la novela que no han trascendido a la opinión pública.
En uno de los capítulos se narra el asesinato del concejal Manuel Zamarreño, asesinado por ETA el 25 de junio de 1998 en Rentería. En mi novela, todo lo relacionado con este hecho es de procedencia documental. Yo no estuve en el lugar de los hechos; por tanto, me tuve que documentar, para lo cual dispuse de libros, artículos de periódico, reportajes, etcétera. En la escena del crimen, la novela sitúa a dos personajes de ficción que se encuentran con Zamarreño delante de una panadería (escena inventada en un escenario real) y hablan con él poco antes que una bomba de ETA acabe con su vida. Así pues, en el pasaje en cuestión se produce una confluencia narrativa entre un hecho documentado y una escena inventada por el escritor. Esta técnica de narrar es antigua. Los Episodios Nacionales de Galdós, sin ir más lejos, la ponen con maestría en práctica.
Lo mismo ocurre con el personaje de Joxe Mari. Y esto es tan obvio que, de verdad, fatiga ponerse a explicar asuntos literarios tan elementales.
Joxe Mari transita de principio a fin por la línea de la ficción. Le inventé una infancia, lo hice nacer en un pueblo de Guipúzcoa y en una familia de clase obrera, le asigné unas características físicas y psicológicas; al principio lo hice futbolista, pero luego me pareció que esto de futbolista está demasiado visto y lo convertí en jugador de balonmano. ¿Habrá habido algún etarra que de joven jugase a balonmano? Pues no lo descarto. Si así fuera, yo vería confirmada la veracidad de mi relato. “He acertado”, me diría. Nadie podrá objetarme que esto que he escrito nunca pudo ocurrir.
Joxe Mari ingresa en ETA y ETA, como es sabido, no es ficción literaria, sino realidad. Antes de narrar nada, ya sé que se va a producir una nueva confluencia entre mi ficción y la verdad histórica. Como no ingresé en ETA (ni falta que hace), necesito documentarme y sucede que a ETA no se le pasó por el magín abrir una oficina de información para futuros novelistas. No queda, pues, más remedio que interrogar a los testimonios. Y aquí el señor Urretavizcaya peca de soberbia al considerar que me basé exclusiva o principalmente en su libro. La vida personal de Rekarte no me interesa. Lo que me interesa, a partir de sus declaraciones, es conocer el funcionamiento interno de ETA. Mucho más útiles fueron para mí, como he declarado en repetidas ocasiones, los libros de Florencio Domínguez, de uno de los cuales, Dentro de ETA. La vida diaria de los terroristas, saqué, por ejemplo, la idea de mandar a Joxe Mari y a su compañero a pasar el periodo de reserva en Bretaña. ¿Quiere decir esto que agarré un párrafo de Domínguez y lo trasladé tal cual a mi novela? Por supuesto que no. Domínguez (quien, por cierto, leyó mi novela antes de su publicación y me dio su visto bueno) me ayudó a constatar que enviar a mi personaje a Bretaña era verosímil. Sabido lo cual, envié con mis propias palabras y mi propio estilo narrativo al personaje al lugar mencionado, activando de nuevo la línea ficcional. ¿Cómo? Pues, por ejemplo, inventando que daba paseos o que mataba el aburrimiento entreteniéndose él y su amigo con un juego que yo solía poner en práctica años atrás con mis alumnos.
Quien dice Domínguez, dice el libro de Rekarte, dice Vidas rotas, dice docenas de libros, ensayos, películas, periódicos, fotografías, conversaciones con personas bien informadas, etcétera, a fin de reunir material documental con el cual el novelista procurará después establecer conexiones con la realidad colectiva.
El cine hace lo mismo. Me acuerdo, en este sentido, de la película Titanic de James Cameron. Línea ficcional: los amores de los personajes encarnados por Leonardo Di Caprio y Kate Winslet. Línea histórica o real: hundimiento del barco tal día, en tal latitud, etcétera.
Me documenté a fondo para mi novela sobre entresijos de ETA, atentados, detenciones, juicios, vida carcelaria, empresas de transportes y fundición, abortos en Londres, tratamiento del ictus (basándome en un caso real que yo mismo investigué), alcalde Azkuna, matrimonios entre personas del mismo sexo, fútbol de los noventa, callejero de Zaragoza, ciudades europeas y muchos pormenores más.
¿Cómo, si no, va a escribir uno una novela veraz? ¿Qué había que hacer? ¿Imaginar etarras practicando el tiro con arco y flechas en los bosques de Finlandia? ¿Tenía que dejarme maltratar en una comisaría para poder contar después el episodio?»
Investigador en
Categorías:LIBRE EXPRESIÓN
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