EL TRIUNFO DEL PARTIDO DEMÓCRATA EN ESTADOS UNIDOS: CAMBIAR ALGO PARA QUE CASI NADA CAMBIE.

 

 

En el marco de unos Estados Unidos en franco declive, y en una sociedad profundamente desigual e insolidaria, hace unos cuatro años, la estrema derecha estadounidense llegó al poder con Trump. Durante años ha venido desarrollando públicamente su programa lleno de mentiras y amenazas  en vivo y en directo en nombre de la democracia. Y derrotado finalmente en las recientes elecciones, no dudó en proclamarse vencedor sin serlo y denunciar. Derrotadas todas y cada una de sus fraudulentas denuncias, se revolvió furioso agitando a la masa fascistoide de sus seguidores y alentándoles a intimidar a los que no estaban de acuerdo con sus posturas totalitarias.

Desde el gabinete presidencial se vino difundiendo el bulo, la mentira, de que la izquierda quería derrocarlo con un golpe de Estado en las calles, construyendo el relato para justificar su maniobra y su previsible represión. Hay que precisar que no exista la izquierda en Estados Unidos, pero para los derechistas, todo el que no vote a Trump es de izquierda o terrorista.

Pero Trump se hundió sólo cuando atacó al propio sistema electoral y a la transición pacífica del poder entre gobiernos, aislándose así cada vez más y más. Porque cuando denuncia el sistema electoral como un fraude, Trump rompió con una regla fundamental de la política burguesa norteamericana que es la de mantener una imagen pacífica y civilizada del traspaso del poder entre los partidos de la clase dominante.

Más allá de todo, queda la reflexión de los más de 65 millones de personas que votaron a Trump aún sabiendo de su ideario y prácticas fascistas. No solo es la  América profunda, sino también la superficial. Trump, el presidente más antidemocrático de la historia estadounidense, conecta con las clases populares más que los expertos, encuestas y los liberales.

El fascismo vuelve a ser la respuesta a la incertidumbre de mucha gente como ocurrió en los años 1930 en Europa, vendiendo a las masas el miedo al otro para aceptar seguridad en cambio de obediencia sumisa. Por eso aunque ha perdido las elecciones, el trumpismo seguirá, porque él es el síntoma, la enfermedad es el neoliberalismo que provoca las desigualdades.  Por eso, aunque ha perdido, Trump deja un tsunami global, basado en la legitimización del odio –machismo, homofobia, racismo, clasismo-. Es una guerra contra el progreso y la igualdad en la que la clase dominante lanza a la clase trabajadora contra sí misma para mantener el orden vigente. Tu enemigo es el pobre, el inmigrante, el okupa, las feministas, los homosexuales, no el empresario que los explota y devasta el planeta.

Trump impuso en estos cuatro años de gobierno, la cultura del matonismo fascista en su discurso político hacia dentro y hacia afuera y le dio carta blanca a los violentos y fascistas del mundo para intimidar no sólo a sus oponentes sino también a los diferentes. Es el niño abusador del colegio, el matón que desaloja a los pobres de los pisos de su padre, el histrión mussoliniano que triunfa en la tele.

Ha banalizado el mal. No ha tenido empacho en lanzar a las masas contra la prensa, contra las mujeres, contra los supuestamente rojos, contra los negros, contra los progres. Ha incendiado las calles para expulsar al disidente, limitar las libertades, imponerse. Y, lamentablemente, su modelo “democrático” es imitado en muchos países europeos y, también latinoamericanos.

Ha popularizado la hegemonía de la mentira, con falsedades, bulos o bolas, (fake-news al por mayor), en una propaganda fascista multiplicada por medios de comunicación y redes sociales, en manos de pocos grandes empresarios. Al igual que en la época del nazifascismo, creó hegemonía engañando, enfrentando, polarizando.

David Sherfinsky señaló en el Washington Times, que Trump es un demagogo desatado, poseído por una desmedida voluntad de poder, que le llevó, por ejemplo, a desafiar la legislación electoral y cualquier otra que no le pareciese bien. Para ello siempre ha empleado un discurso grosero, faltón y soez, burlándose de la “corrección política” tan cultivada por sus rivales.

Trump maneja con perversa maestría las redes sociales, se enfrenta e insulta a los medios concentrados (CNN, el New York Times, el Washington Post y toda la prensa “culta”),  se construye como el gran defensor de la gente común, olvidada por el elitismo gerencial de los republicanos tradicionales y el globalismo neoliberal de los demócratas. Esa política demagógica le dió sus frutos al cristalizar en  el apoyo de un imponente bloque social pulsando las potentes cuerdas del resentimiento, el odio, el temor que abren la Caja de Pandora del racismo y la xenofobia.

En esta loca carrera suya, los tiempos de pandemia le proporcionaron un caldo de cultivo para su discurso racista y apocalíptico. Así, Trump se dedicaba a exaltar la perdida grandeza de su país amenazada por los pérfidos chinos que “inventaron al coronavirus para poner a Estados Unidos de rodillas”, grandeza que él se proponía recuperar a cualquier precio. Por ello, fue capaz de negar el coronavirus aunque haya contagiado a 10 millones de personas y matado a 235 mil en su propio país. Impunemente denigró y denigra la ciencia y la verdad científica para imponer sus “verdades alternativas”. Y es que el escenario de la crisis del coronavirus ha sido y es propicio para los populismos ultraconservadores, lo que hace que Trump ha sido derrotado, pero no el trumpismo que es una fuerza que traspasa fronteras, siendo el símbolo del ultranacionalismo de derecha, del negacionismo científico y climático, y del capitalismo más feroz e insolidario.

Estados Unidos: Una falsa democracia fallida.

No obstante, la derrota de Trump, representa un simbolismo importante, así como un retroceso de la extrema derecha en el mundo. Lógicamente, se ha producido una ola de alegría y felicitaciones por el triunfo de los demócratas y la caída de Trump, pero llamar progresista de centro-izquierda a Biden y a la vicepresidenta Harris y el resto de sus seguidores es un atropello a la inteligencia, es alimentar una farsa bien organizada, pero no por ello menos farsa. Si alguien ha ganado ha sido el gran capital y las grandes empresas, todas ellas de extrema derecha, y a las cuales ya no les servía Trump que ha venido perjudicando sus intereses con su demagogia estúpida y errática. Pero los dos partidos, demócratas y republicanos, llevan practicando desde hace más de un siglo un salvaje capitalismo imperialista.

Además, ambos conglomerados políticos forman parte de un complejo sistema electoral, hecho a medida para que las minorías o cualquier movimiento social y político que nazca de las raíces del pueblo, sea abortado y ahogado, sin ninguna posibilidad de acceder a las instituciones que están perfectamente blindadas y armadas para evitar cualquier atisbo de democracia real. En este sentido crecen las voces que consideran que el sistema político en Estados Unidos viene sufriendo una pérdida de credibilidad vertiginosa desde hace ya unos quince años. Estos déficits llevan, por ejemplo, a que por lo menos cinco presidentes (entre ellos Trump) hayan sido elegidos sin la mayoría del apoyo popular.

El sistema electoral norteamericano es propio de una democracia fallida desde hace tiempo y el Colegio Electoral con su método de voto indirecto, es un anacronismo que debería haber sido eliminado hace más de un siglo. Voces como la de la historiadora Nancy MacLean, considera asimismo que el sistema electoral es una especie de herencia maldita de los tiempos de la esclavitud, añadiendo que:

“…. Nuestra democracia es falsa por naturaleza (…) No se puede ocultar, por ejemplo, que en la Constitución, con sus correspondientes enmiendas, la palabra “democracia” no aparece ni una sola vez. Nuestra Constitución fue creada con contribuciones más que significativas de los esclavistas, que querían garantizar que la democracia no llegase nunca a los oprimidos. Por eso crearon mecanismos de control para mantener su poder y privar a las bases populares de una verdadera democracia. Por todo ello, la trayectoria de Donald Trump no pasa de ser un síntoma del problema, que es el de una democracia fallida y su crisis de representatividad.”

En la misma línea el sociólogo Larry Diamond expresa : “…. Estoy preocupado por la falta de salud de la democracia americana. Habría que estar ciego y tonto para no preocuparse, con los resultados de esta democracia fallida: una creciente estrema derecha antidemocrática, y una especie de movimiento fascista en curso.(…)

En este contexto, es necesario identificar y combatir una gran falsedad que lleva décadas siendo vendida y divulgada globalmente como algo extraordinariamente fabuloso. Se trata de la falacia de que Estados Unidos es un “modelo de democracia”, nada más lejos de la verdad. Pero gracias a una larga y sostenida campaña propagandística de más de un siglo, colmada de alabanzas y rastreras adulaciones por parte de los países occidentales, USA aparece travestida como la tierra de la libertad y de la democracia. Es más, bajo una especie de visión mesiánica, aparece como un país al cual, nada menos que Dios le habría encomendado la misión de recorrer el mundo sembrando libertad, justicia, derechos humanos y democracia por todos lados.

Estas afirmaciones son además de mentira, una fabulación basada en que la norteamericana es la democracia por antonomasia y, en consecuencia, digna de ser imitada. El problema es que ese mito es compartido por una nada despreciable masa de la población occidental. No parece importar a los países aduladores que la Historia, la Constitución y el régimen estadounidense desmientan diariamente todos esos bulos.

Por todo ello, no es recomendable hacerse ilusiones con respecto a ese país, que cumple el rol de imperio capitalista dominante y que ha marginado y margina a su propio pueblo, y a muchos otros del mundo. En términos reales, este país sólo tiene un único proyecto, el imperialismo con dos variantes: el Partido Demócrata y el Partido Republicano.

Es más que recomendable recordar la nefasta intromisión de los Estados Unidos en el mundo. Ya conocemos de las numerosas barbaridades, golpes de estado y genocidios que desde hace más de 200 años, viene realizando en nombre de la sacrosanta democracia, y de sus famosos “principios democráticos” como la libertad de circulación de capitales, las elecciones “libres”, la propiedad privada, etc., que sólo son el escudo protector de las grandes empresas transnacionales y su cohorte de políticos y gobernantes del mundo occidental.

Ya con la famosoa “Doctrina Monroe” se dio legitimidad a las invasiones imperialistas, se creo la excusa para imponer la voluntad de Estados Unidos en casi toda América Latina, su famoso “patio trasero” La “Doctrina Monroe” y su “Destino Manifiesto” han ido adaptándose a los tiempos, desde la política del palo y la zanahoria, pasando por la del “buen vecino”, hasta las invasiones militares, las guerras de “baja intensidad”, el terrorismo internacional del estado norteamericano, los golpes de estado, etc. El falso “espíritu democrático” de los Estados Unidos, hace con apoye siempre las peores dictaduras, los golpes más sangrientos, las guerras de dominación, y el expolio y robo sistemático a los países víctimas de su sed de poder y dinero.

“ En los Estados Unidos los demócratas son la derecha,

y los republicanos, directamente extrema derecha.”

“ La era Trump”

¿Una nueva era?

Quien es Biden

En este contexto, Biden, a pesar de presentar posiciones progresistas, en el plano interior, seguirá la misma política neoliberal que sólo tiene como objetivo la burguesía rica y la defensa de las grandes empresas y grupos financieros, excluyendo cada vez más a amplios sectorees de la población. Y en el panorama internacional asistiremos a la misma política imperialista y opresora de los Estados Unidos, siguiendo las mismas prácticas de siempre. Biden representa la misma política neoliberal e imperialista de siempre.

Nos venden que Biden es un “neoliberal progresista”, o que, por lo menos es un mal menor; pero no es ningún adalid de la democracia, ni de la justicia ni de la igualdad. Con él, también nos espera el gobierno de las grandes corporaciones, la miseria imperial de los EE UU y el aplastamiento de cualquier disidencia. No olidemos la trayectoria de Biden, él fue el vice presidente de los gobiernos que impulsó las actuaciones contra Lula en Brasil, y propició a Bolsonaro. Conspiró para que Macri llegase al poder en Argentina. Apoyó al poder económico y sus políticas de intervenciones bélicas en Irak, Afganistán, etc. Además, en el plano interno, fue el arquitecto del actual sistema de represión policial con sus violaciones de derechos humanos, los encarcelamientos en masa y las políticas represivas contra las personas inmigrantes.

Quien es Kamala Harris

La figura de Harris, es la de una persona autoritaria y represora, y la de alguien que odia a los pobres y desfavorecidos. Durante su puesto de Fiscal en el estado de California, formó parte entusiasta de los instrumentos de represión del Estado, promoviendo y aplicando leyes que llevaron a centenas de miles de negros, latinos y jóvenes en general a las cárceles, por delitos menores.

En estos tiempos donde recientemente hemos asistido a momentos de revuelta y lucha contra los abusos de la policía norteamericana y contra el estado que viola sistemáticamente los derechos de negros, latinos y pobres en general, resulta una enorme contradicción colocar a Harris en la vice-presidencia del país. Harris es una figura elitista y conservadora que asume posturas demagógicas, funcionando con sus discursos retóricos y simbólicos, como una especie de “cara amable y atractiva” de Biden. Pero, ella es casi de la extrema derecha, no representa ninguna renovación en el partido demócrata. No se puede esperar nada bueno de ella.

A modo de conclusión

Trump ha sido el síntoma de una dolencia aún mayor que su nefasta política, el capitalismo neoliberal que, en su lucha agónica, destruye no sólo a las clases trabajadoras y a los pobres, sino también a grandes sectores de las clases medias. La enfermedad es el capitalismo, y la cura sólo podría pasar por sustituir ese sistema… y eso no lo va a hacer Biden, ni ninguno de los partidos políticos.

La “Democracia USA”, es una democracia simulada en un país disfuncional y profundamente desigual, y en estos momentos todos sus supuestos “valores” están entrando en una degradación total.

Esperemos y confiemos en que, esta crisis del sistema de los EE UU y de su propia identidad, los confunda y desistan de imponer por la fuerza su pésima sociedad.

Editado por FORO AMETZAGAÑA

Redactor y compilador:  Alberto Martínez López



Categorías:EQUIPO DE REDACCIÓN

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